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Daniel Eide, Pedro Esquerdo, Fernando Fornés, Mireya Gil, Pablo Maroto, Miriam Quiles.
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Práctica 10: La educación en 2050
El primer promt para que comience el relato ha sido: Escríbeme un relato sobre cómo será la educación en 2050. Sin nada más, para ver su primera respuesta sin que nada le influenciase.
2050: La clase sin muros
El sol aún no ha salido del todo, pero en la pequeña vivienda modular de Tierra Nube —una de las ciudades autosostenibles del sureste español—, Alma ya está conectada. A sus doce años, forma parte de la primera generación en haber nacido completamente inmersa en el programa de Educación Adaptativa Universal (EAU), una red intercontinental que personaliza la enseñanza a cada estudiante mediante inteligencia artificial, datos biométricos y entornos inmersivos.
Ya no existen horarios rígidos ni asignaturas estancas. Su “escuela” se adapta a sus ritmos circadianos y a sus intereses. Hoy, Alma se despertó con curiosidad por las migraciones humanas. Su asistente educativo, un sistema empático que reconoce emociones y estados de ánimo, lo detectó y diseñó una experiencia inmersiva: en menos de diez segundos, su habitación se transformó virtualmente en el desierto del Sahel. Alma camina con unos guantes hápticos por el campamento de refugiados de 2029, reconstruido con testimonios reales y datos históricos. Aprende Historia, Geografía, Ética y también Lenguas. No memorizando, sino sintiendo.
A miles de kilómetros, en Canadá, otro alumno colabora con ella en una investigación sobre políticas migratorias. Comparten ideas en tiempo real, se retan, se corrigen. Su trabajo será evaluado no por una nota, sino por su impacto: las mejores soluciones serán enviadas a ONGs reales para su posible aplicación.
Los docentes no han desaparecido. Al contrario: su figura se ha vuelto más esencial. Ahora son mentores cognitivos y guías emocionales. No enseñan contenidos —para eso está la tecnología—, sino que cultivan el pensamiento crítico, el diálogo y la ética del cuidado. Uno de los grandes logros del sistema educativo de 2050 ha sido entender que aprender no es solo adquirir información, sino aprender a vivir juntos, a gestionar la incertidumbre, a cuidar el planeta y a cuidar(nos).
No todo es perfecto. Persisten brechas de acceso, sobre todo en zonas afectadas por el colapso climático o conflictos geopolíticos. Y el debate sobre la vigilancia de datos personales sigue encendido. ¿Hasta qué punto se puede “personalizar” sin invadir? Las aulas físicas han sido reemplazadas por espacios de encuentro, talleres comunitarios y laboratorios verdes. Pero no todos los niños quieren aprender rodeados de pantallas. Algunos, como Alma, siguen pidiendo papel, libros con olor a tinta, silencios largos. Y eso también se respeta. Porque en 2050, la educación ha dejado de ser una cadena de producción y se ha convertido en un jardín: diverso, cambiante, lleno de preguntas sin respuesta.
Cuando termina su sesión, Alma guarda una pregunta para su próxima reunión con su mentora humana: “¿Y si la migración también fuera una forma de aprendizaje colectivo?” La educación de 2050 no le dará una respuesta. Le enseñará a buscarla con otros.
2050: Palabras que respiran
Es lunes, pero ya nadie lo llama así en la Escuela Ciudadana Global 5.7. En 2050, la estructura horaria convencional ha desaparecido. La educación ha dejado de organizarse en asignaturas compartimentadas para dar paso a itinerarios competenciales y proyectos transdisciplinares. Aun así, hoy toca algo que a Naia le entusiasma: el módulo de Lenguaje y Humanidades en Realidad Extendida.
El aula no tiene paredes. Literalmente. Es un espacio flexible, con sensores ambientales y mesas adaptativas. Cada estudiante lleva un implante de interfaz neuronal temporal que se activa al entrar. No es invasivo: funciona con una nanopegatina en la sien que traduce pensamiento en texto, emoción en color, y lectura en experiencia. Las herramientas tecnológicas no sustituyen al profesorado, sino que amplifican su capacidad de acompañamiento.
La clase comienza con una lectura aumentada. Hoy toca "Don Quijote en la nube", una versión inmersiva de la obra que permite a los alumnos recorrer los caminos de La Mancha sintiendo el viento, el polvo y el delirio de su protagonista. Pero no es una simple experiencia de realidad virtual: el entorno responde a las interpretaciones del alumnado. Si Naia lee con escepticismo, la figura de Sancho se hace más crítica. Si alguien se deja llevar por la fantasía, el paisaje se distorsiona, como los molinos que ahora sí parecen gigantes.
La didáctica de la lengua en 2050 se ha reinventado. Ya no se enseña a analizar sintagmas por obligación, sino para comprender cómo el lenguaje da forma a la realidad. La inteligencia artificial corrige en tiempo real pero con intención formativa: cuando Naia redacta su microrrelato sobre la identidad digital, el asistente lingüístico no solo señala errores, sino que sugiere alternativas estilísticas según el tono que ella busca.
Las clases de literatura no se limitan a leer clásicos, aunque estos siguen siendo pilares. El canon es más diverso, multilingüe y dinámico. A través de herramientas de minería literaria, el alumnado compara estilos, analiza redes de personajes o estudia cómo ha evolucionado el lenguaje amoroso desde Safo hasta los textos que ellos mismos escriben en redes descentralizadas.
Cada estudiante lleva un portafolio literario holográfico, donde se integran sus poemas, podcasts, videopoemas, ensayos argumentativos y debates registrados con reconocimiento de emociones. Las rúbricas no son estancas: son co-creadas y ajustadas con el docente y la IA pedagógica según los objetivos personales de aprendizaje.
El rol del profesorado ha cambiado profundamente. Son diseñadores de experiencias culturales, guías en la selva de la infoxicación y cuidadores del pensamiento. No tienen que calificar cientos de exámenes mecánicos; dedican su tiempo a conversar, orientar y nutrir la curiosidad crítica.
Eso sí, no todo es utopía. A veces, el exceso de datos genera ansiedad. Algunas familias cuestionan que la inteligencia artificial pueda evaluar aspectos subjetivos como la creatividad o la ironía. Y en los barrios más empobrecidos, el acceso a tecnología de última generación aún no es equitativo.
Pero se ha aprendido algo importante: la educación no puede deshumanizarse por más avanzada que sea la tecnología. Por eso, cada semana, Naia y su grupo se reúnen en una biblioteca física, de madera y silencio, donde leen en voz alta textos sin filtros ni pantallas. Allí, las palabras vuelven a ser eso: palabras. Y basta.
2050: Literatura como escape
Es lunes, pero ya nadie lo llama así en la Escuela Ciudadana Global 5.7. En 2050, los días no se dividen en asignaturas ni horarios, sino en retos de aprendizaje. La educación ya no es una secuencia de contenidos obligatorios, sino un entramado flexible de proyectos, diálogos y exploraciones personales. Aun así, hoy toca algo que a Naia le entusiasma: el módulo de Lenguaje y Humanidades en Realidad Extendida.
El aula no tiene paredes. Literalmente. Es un espacio flexible, con sensores ambientales y mesas adaptativas. Cada estudiante lleva un implante de interfaz neuronal temporal que traduce emociones en lenguaje, y pensamiento en texto, sin necesidad de pantallas. Las herramientas tecnológicas no sustituyen al profesorado, sino que amplifican su capacidad de acompañamiento didáctico.
La clase de hoy es especial: el grupo trabajará en una actividad de lectura aumentada y debate transmedia. ¿El texto? Una edición inmersiva de "Don Quijote en la nube", un clásico reinventado que permite recorrer virtualmente los caminos de La Mancha, interactuar con Sancho, y redibujar el significado de los molinos según las emociones del lector. Pero no se trata de una experiencia pasiva: el alumnado compara esta lectura con una novela juvenil contemporánea que arrasó en BookTok en 2048, "La chica que se convirtió en código", una distopía escrita por una autora de 17 años que empezó autopublicando en redes descentralizadas.
El enfoque didáctico está claro: leer en capas, leer en contexto, leer con otros. Los clásicos no han desaparecido. Siguen presentes, pero en conversación con el presente: se contrastan con memes literarios, se reescriben en forma de fanfiction ético, se mezclan con textos nacidos en TikTok, ahora BookVerse, una plataforma educativa y creativa donde los libros se comparten, se narran y se expanden con ayuda de IA generativa.
La clase de lengua y literatura no se limita a identificar sustantivos ni analizar tipos de narrador (aunque esos contenidos se trabajan con tutores digitales personalizados). Lo esencial es desarrollar la conciencia lingüística, la sensibilidad estética y el pensamiento crítico. El alumnado escribe, reescribe, publica y dialoga. Se analizan letras de canciones, campañas sociales, hilos virales y clásicos de todos los tiempos.
Cada estudiante lleva un portafolio literario transmedia, donde se recogen sus microrrelatos en voz sintética, sus poemas visuales, sus reflexiones en podcasts, y sus lecturas anotadas colaborativamente. La evaluación no se centra en el producto final, sino en la trayectoria reflexiva. El feedback es continuo, humano y automatizado, con ayuda de sistemas éticos de IA que reconocen el estilo, la coherencia, la argumentación o el uso de figuras retóricas.
¿Y el profesorado? Ha dejado de ser transmisor para ser mediador cultural, diseñador de experiencias y cuidador de voces. Su papel no es enseñar a escribir bien, sino ayudar a que cada alumno descubra por qué y para quién quiere escribir.
BookTok, convertido ahora en BookVerse, sigue siendo un punto de encuentro clave. Muchos autores jóvenes empiezan su carrera ahí, y las escuelas han integrado esta plataforma en sus dinámicas. Las recomendaciones de libros no vienen ya solo de editoriales o currículos oficiales, sino de adolescentes que comparten lo que les ha conmovido, interpelado o herido. Y eso también se estudia: la emoción como motor de lectura, el algoritmo como nuevo canon, la comunidad como nueva crítica literaria.
No todo es ideal. Hay fatiga digital, hay riesgos de desinformación estética, hay desigualdades de acceso. Pero hay también una certeza que ha perdurado: la literatura importa. Porque sigue siendo una forma de imaginar lo que no existe, de narrar lo invisible, de ser otros sin dejar de ser uno mismo.
Y por eso, cada jueves, Naia y su grupo se desconectan por completo y van a la Biblioteca de la Intemperie, donde leen libros en papel, escriben a mano, y recitan versos a la sombra de los árboles solares. Porque aunque los formatos cambien, la literatura —como las buenas preguntas— sigue viva.
1. ¿Conoces las herramientas de ChatGPT? ¿Qué opinas del uso de la IA en Educación? Pregunta absurda... pero es la que planteamos en enero de 2023...
Sí que la conozco, hoy en día la conoce ya todo el mundo. Creo que el uso de la IA debería usarse en el aula, al fin y al cabo, los estudiantes la usan diariamente, hasta nosotros mismos, porque la IA, como hemos visto en las clases, no se limita solamente al CHATGPT. Creo que deberíamos formarnos en el uso de esta para poder hacer que nuestras clases sean más dinámicas y didácticas y así acercarnos al alumnado. Todo con su debido uso, evidentemente.
2. ¿Ha sido difícil su uso? Comenta si te ha ayudado o te ha dificultado el trabajo.
Sinceramente, a mí no me ha gustado nada, el primero lo he visto demasiado artificial. Al final, le he ido haciendo preguntas que me interesaban a mí para ver qué decía. Pero me ha dificultado porque creo que al final todo es muy ¿técnico?. Te aleja de lo que es la literatura, no creo que en un texto así puedas meterte en el relato.
3. El relato que has obtenido ¿es similar al que tú hubieras escrito?
No, reitero lo dicho, me parece artificial, sin parte humana que hace que te vincules con alguna parte del relato. Si fuera para una novela distópica, igual sí, pero aún así, noto que le falta la parte humana.
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